Hijos del futuro: el odio heredado de un genocidio televisado
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Hijos del futuro: el odio heredado de un genocidio televisado

En veinte años, quizá más pronto, habrá generaciones que nos miren a los ojos con un rencor distinto al que nosotros alguna vez sentimos hacia nuestras madres y padres. No será el clásico reproche por una crianza áspera, por la falta de abrazos o por el exceso de prohibiciones. Será un odio más hondo, más histórico, casi imposible de redimir: el odio hacia quienes fueron incapaces de detener un genocidio transmitido en directo, digerido como una telenovela más, convertido en entretenimiento de sobremesa.

La humanidad ya está habituada a mirar la desgracia ajena como espectáculo. Durante décadas, guerras y migraciones se han reducido a clips de treinta segundos entre anuncios de detergentes. Pero lo que vivimos hoy —la retransmisión en tiempo real de la masacre de un pueblo— es un salto cualitativo: nunca fue tan fácil mirar la barbarie desde el sofá, nunca fue tan sencillo darle “like” a la tragedia y pasar al siguiente video. El genocidio ya no se oculta: se estetiza, se empaqueta y se sirve con la misma banalidad con que se ofrece un reality show.

Nuestros hij@s crecerán con archivos enteros de este horror. Tendrán acceso a transmisiones guardadas en la nube, a los hilos de indignación que duraron 24 horas, a los memes que trivializaron la masacre. Lo verán todo sin filtros, porque nada en internet muere. Y cuando nos pregunten qué hicimos, ¿qué podremos responder? Que firmamos una petición en línea, que compartimos una imagen con una bandera en el avatar, que escribimos un post enojado que se perdió entre miles. Eso no bastará.


Hijos del futuro: el odio heredado de un genocidio televisado: La generación que heredará nuestro silencio

Los hij@s que hoy gatean, que aprenden a hablar, que se ríen con canciones de YouTube, dentro de veinte años serán adult@s atravesad@s por un archivo digital inagotable. No necesitarán acudir a manuales de historia: podrán ver en directo, una y otra vez, las bombas cayendo, los cuerpos mutilados, los niños bajo los escombros. Podrán reconstruir la secuencia de un exterminio que fue transmitido a todo el planeta y que, sin embargo, fue tolerado.

Nos odiarán porque sabrán que lo vimos. Y porque no hicimos lo suficiente para impedirlo. No habrá justificación posible.

Esa rabia futura tendrá un sabor distinto al de generaciones anteriores. Nuestros padres y madres podían argumentar desconocimiento: “no sabíamos”, “la prensa no decía nada”, “la censura lo escondía”. Pero nosotros no. La tecnología nos convierte en testigos permanentes. El genocidio en curso no es un rumor ni un secreto: es trending topic.


Hijos del futuro: el odio heredado de un genocidio televisado: El reality del horror

El sistema mediático se ha especializado en estetizar el sufrimiento. El bombardeo se vuelve una secuencia en cámara lenta, la madre llorando se vuelve un close up perfecto, la sangre se convierte en un filtro de impacto visual. Y mientras tanto, los algoritmos deciden qué tragedias merecen subir a la portada y cuáles se hunden en la invisibilidad.

Nuestros hij@s sabrán, con la frialdad de la retrospectiva, que ese “reality del horror” nos atrapó en la pasividad. Que lloramos frente a la pantalla pero seguimos con la cena. Que escribimos indignad@s un tuit mientras sonaba la notificación de un nuevo capítulo de la serie del momento. Que confundimos el acto de mirar con el acto de intervenir.

Ese será nuestro pecado original frente a ell@s: confundir la visibilidad con la acción, el espectáculo con la solidaridad.


Hijos del futuro: el odio heredado de un genocidio televisado: La pedagogía del odio futuro

¿Cómo será criar en veinte años a hij@s que nos reprochen no haber actuado? No será el típico “ustedes contaminaron el planeta” o “ustedes nos dejaron deudas”. Será algo mucho más punzante: “ustedes miraron un genocidio en HD y no lo detuvieron”.

Es probable que esa acusación abra un quiebre generacional irreversible. Habrá hij@s que rompan lazos, que desprecien a sus progenitores como cómplices pasivos, que construyan nuevas memorias colectivas donde el silencio parental será narrado como traición.

La historia está llena de rupturas generacionales, pero esta será particularmente cruel, porque la evidencia visual hará imposible la negación. No habrá “yo no sabía”. Todo quedará registrado.


Hijos del futuro: el odio heredado de un genocidio televisado: La anestesia moral

¿Cómo llegamos a esto? La respuesta no es simple, pero una clave está en la anestesia moral que produce la saturación mediática. Vemos tanto dolor que se vuelve ruido de fondo. El genocidio se consume como se consume la publicidad: rápido, fugaz, sustituible.

Nuestros hij@s no nos perdonarán esa anestesia. La verán como cobardía, como complicidad. Y quizá tengan razón.


Hijos del futuro: el odio heredado de un genocidio televisado: La posibilidad de romper el guion

Pero todavía, quizá, existe una rendija para no entregarles solo ese legado. Esa rendija es pequeña y exige incomodidad. Significa dejar de mirar pasivamente y empezar a organizar. Significa incomodar a gobiernos, a empresas, a medios. Significa rescatar el valor de la acción colectiva frente a la inercia individual.

Quizá no podamos detener solos un genocidio, pero sí podemos construir una fuerza social que impida que se naturalice como espectáculo. Podemos negarnos a consumir el horror empaquetado, podemos denunciar la estetización de la violencia, podemos presionar para que la solidaridad deje de ser un gesto simbólico y se convierta en política concreta.


Hijos del futuro: el odio heredado de un genocidio televisado: El legado que elegimos

Dentro de veinte años, cuando hij@s e hijes nos miren con ojos cargados de juicio, habrá dos posibles relatos que contar. El primero, el de la pasividad cómplice: “lo vimos todo y no hicimos nada”. El segundo, más difícil pero más digno: “lo vimos todo y tratamos de detenerlo”.

Quizá no logremos frenar la maquinaria de la barbarie por completo, pero al menos podremos decir que no fuimos espectadores indiferentes. Que no nos conformamos con el rol de audiencia. Que resistimos la tentación de convertir el genocidio en otra serie de temporada.

Porque si no lo hacemos, si elegimos el silencio, si elegimos la comodidad, entonces el odio de nuestras hijas, hijos e hijes será no solo justo, sino necesario.


Hijos del futuro: el odio heredado de un genocidio televisado: Epílogo: un espejo incómodo

Pensar en ese futuro no es un ejercicio de ciencia ficción: es un espejo incómodo del presente. Cada vez que encendemos la pantalla, cada vez que deslizamos el dedo frente a imágenes de muerte en directo, estamos escribiendo la carta que nuestros hij@s nos leerán en veinte años.

Esa carta puede comenzar con un reproche devastador: “ustedes lo vieron todo y no hicieron nada”. O puede empezar con una nota distinta: “ustedes lo intentaron”.

La diferencia entre una y otra versión se decide hoy, en el ahora. En nuestra capacidad de salir de la pasividad, de romper el guion del reality del horror, de no aceptar que el genocidio sea una programación más.

Porque aunque los algoritmos nos quieran convencer de lo contrario, la historia no es una serie de Netflix. Y si no lo entendemos, serán nuestras hijas e hijes quienes, dentro de veinte años, nos lo hagan pagar.

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